Se dice que tiempo atrás, el tero era un adinerado caballero
dueño de un gran almacén de ramos generales al que diariamente iban a hacer sus
compras la mulita, la liebre, el ñandú y la vizcacha, entre otros.
El tero sentía una especial simpatía por esta última. La atendía
con preferencia y en ocasiones, ¡muchas ocasiones!,
la vizcacha conseguía que el gentil almacenero le fiara todo lo que ella pedía.
Al principio, la cosa fue sencilla. La vizcacha cargaba su
bolsa con esto y lo otro y lo de mas allá, y llegado el momento de pagar,
siempre le faltaban unos centavitos.
_ ¡Ay, qué barbaridad, don tero… me quedo corta en algunas
moneditas…! Bueno, ¡tendré que volver otro día!_ decía, haciéndose la cumplida.
_ ¿Volver otro día? Pero que ocurrencia, Doña vizcacha… Aquí
lo que sobra es confianza en los clientes. Lleve todo y me paga mañana.
_ ¡Oh, que amable es usted! Mañana sin falta me doy una
vuelta.
Después la cosa cambió. Ya no era unas moneditas lo que le
faltaba a la vizcacha, sino todo el importe de la compra.
_ ¡Ay, que inconveniente, Don tero…! ¡Me he olvidado la billetera…!
¿Le pago otro día?
Caballero, el tero, siempre aceptaba que a la vizcacha le habían
robado la cartera o que no tenía cambio, o alguna otra excusa por el estilo.
Hasta que un día advirtió que la deuda de la vizcacha ya
ocupaba varias hojas en la libreta donde el anotaba la mercadería fiada, y
entonces decidió cobrar.
Considero de buena educación no mandar a nadie con el
recado. Iría el personalmente y con delicadeza.
_ Seguro que se trata de un olvido… En cuanto me vea, me
pagara de inmediato_ se decía en el camino.
Pero lamentablemente no fue así.
La dueña de casa dijo que había estado enferma… que tenía
muchos gastos, que patatín y que patatán, la cosa es que el tero se volvió tal
como se había ido.
La vizcacha no apareció más por almacén y las visitas del
tero se repitieron una y otra vez sin resultado alguno.
Por in la muy picara, fastidiada por la insistencia del tero,
opto por abandonar la casa y esconderse en la tierra.
Sin embargo, el tero no se dio por vencido y se propuso
esperarla día y noche hasta que saliera y en ese momento poder cobrar la deuda.
Y allí se lo pasa, atento y vigilante, haciendo guardia para
que no se le escape la vizcacha.
Todos lo ven en el campo, con los ojos enrojecidos por no
dormir, pero... siempre con su impecable pechera y el corbatín negro ¡Todo un
caballero!
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